La polémica generada por la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia va adquiriendo perfiles de test para el Gobierno. Fue una decisión arbitraria del ministro de Cultura cuyo titular, Ernest Urtasun, ha tratado de justificar envolviéndose en la bandera de la modernidad y el supuesto rechazo mayoritario de los españoles a las corridas de toros. Se apropia de un concepto -la modernidad- que, por contraste, pretende asentar en el solar de los retrógrados a quienes defienden la Fiesta como patrimonio cultural.
Sabido que la encomienda ministerial le cayó al señor Urtasun en su condición de cuota del partido Sumar -formación minoritaria en vías de retroceso como se ha podido apreciar en las elecciones en Galicia y el País Vasco-, cabría interpretar que el inopinado ataque al mundo de la tauromaquia quizá tuviera que ver con la necesidad de llamar la atención, algo así como un guiño a su decreciente parroquia otra vez en puertas de unas elecciones, en este caso en Cataluña. De allí procede el señor ministro y allí quedó fechada la prohibición de celebrar corridas de toros a resultas de una ley de julio de 2010 del Parlamento de Cataluña que fue aprobada con 67 votos a favor ,55 en contra y 9 abstenciones. Afortunadamente para quienes aprecian y defienden el mundo de los toros en otras comunidades, la lidia goza de respaldo popular como se ha visto en la feria de Sevilla, se anuncia en Madrid por San Isidro y se espera ya, un año más, con ilusión de vísperas en Pamplona por los Sanfermines.
Pedro Sánchez entregó el Ministerio de Cultura a Sumar en una decisión que describe por sí sola el valor que Pedro Sánchez otorga a la cultura. Supongo que sería una crueldad recordar que hubo un tiempo en el qué en España un gobierno socialista tuvo como ministro de Cultura a Jorge Semprún quien, por cierto, firmó un prólogo a la biografía de Luis Miguel Dominguín escrita por Carlos Abella. Al hilo de toda esta polémica, quien ha puesto en su sitio al ministro Urtasun ha sido Emiliano García-Page, presidente de Castilla La Mancha, calificando su forma de hacer política como propia de la "gauche caviar" -la izquierda divina, concepto acuñado para designar a los izquierdistas de salón. García Page dice que van por la vida dando carnés de modernidad en política apropiándose de la "España de hoy" cuando resulta qué "en la España de hoy les vota el 5% de la población". Una buena estocada.