Uno de los jefazos del Borussia Dortmund lanzaba esta semana una frase con una profundidad monstruosa: «Nuestro enemigo no es el Real Madrid, nuestro enemigo es Netflix». La metáfora es perfecta. Neflix como representante de entretenimiento a toda costa. En el fútbol moderno, ese concepto de espectáculo cabalga por encima de todo, como el caballo de Atila… y vaya usted a saber si no hay algo (mucho, quizás todo) de eso en el penalti que se sacaron de la chistera en el PSG-Newcastle para que los locales no estuvieran al borde de la eliminación.
Hace tiempo que los sorteos ya no son puros (cabezas de serie 'nosequé', dos equipos del mismo país 'nosecuántos', ocho grupos para que ningún 'guapo' se quede fuera). La UEFA se apuntó sin tapujos a ese modelo estadounidense del 'show business' donde la palabra 'sport' no aparece por ningún lado. La justicia deportiva empieza a perder peso si se posiciona contra los intereses del espectáculo, y con luces, taquígrafos y videoarbitraje en todos los hogares del mundo, al Newcastle le birlaron una victoria trabajadísima en París por una mano de rebote que no contempla ningún manual.
- Que nos quedamos sin el PSG, Marciniak, Catar y todo eso, amigo. Ven al monitor.
- A ver… ¡No jodas! ¿Cómo vamos a pitar eso?
- Algo tenemos que hacer.
- Diré que es tu culpa, ¿vale?
- Lo que sea, 'Marci'.
- Vamos a ello.
Y con la conciencia sucia, el considerado mejor árbitro del mundo (colegiado, sin ir más lejos, de la última final de un Campeonato del Mundo) dibujó un rectángulo en el aire, se sacó de la chistera una 'trampa' que llevó el balón a 11 metros, a Mbappé al balón y el balón a las redes. Fue un bochornoso empate, pero ganó Netflix.