La primera pregunta, a fuer de periodista veterano, que se me ocurrió tras el escándalo surgido en estas horas en España por la publicación en 'The Economist' de un artículo fuertemente crítico con las políticas de Pedro Sánchez fue: ¿estamos volviendo a los tiempos de Manuel Fraga como ministro de Información? Sí, aquellos tiempos en los que buscábamos como locos un ejemplar de 'Le Monde' 'contando algo, al menos 'algo', de lo que verdaderamente ocurría en nuestro país, donde la censura actuaba a sus anchas, a veces hasta hacer el ridículo más espantoso con sus excesos.
¿Necesitamos ahora que la revista socialdemócrata/capitalista, tan influyente en el Reino Unido y en toda Europa, venga a contarnos lo que nos ocurre en la piel de toro? No, definitivamente; en España se habla ya bastante, y bastante críticamente pese a los intentos por 'regenerarnos', de lo que hacen y no hacen Pedro Sánchez, su Gobierno y sus instituciones. Lo que ocurre es que llega la revista británica y entonces es utilizada como munición profusamente por la oposición y por quienes, sin militar en ella, se sienten doloridos por cómo va la deriva del Gobierno en cuanto al cuidado de nuestra democracia. Ha sido un toque de atención, llegado desde el socialismo 'rosa' del país que ahora representa Starmer, dirigido al hombre que aquí nos gobierna tan, digamos, peculiarmente desde hace seis años y cuatro meses.
No crea usted que siento un respeto reverencial por 'The Economist', como no lo tenía en tiempos del franquismo con respecto a lo que 'Le Monde' nos contaba... cuando permitían que entrase en el país, que no era siempre, estando, además, su corresponsal en Madrid, el inolvidable José Antonio Novais, permanentemente sometido a un estado de vigilancia. Sin ir más lejos, 'The Economist', que no en todos sus números da plenamente en la diana acerca de la política y la economía españolas, hacia las que ocasionalmente muestra cierto desdén, era mucho más benévolo con Sánchez hace un año, en su número de noviembre de 2023, que ahora: entonces, la revista aseguraba que Sánchez "no es el estafador inmoral" que denunciaba la oposición.
Pero ahora, en el número de octubre de 2024, un ejemplar de ruido y furia, dice que Sánchez es "un táctico astuto e implacable" que pone al país al servicio de los 'radicales' independentistas y pone en peligro el modelo de democracia. Solo le concede la bondad de la situación económica -que la oposición española ni siquiera acepta como tal mejora--, la subida del salario mínimo y la reducción de los contratos temporales; no, por ejemplo, la mejora de la situación en Cataluña, tan reivindicada por la portavocía monclovita. Ah, y tampoco olvida esta publicación económica referirse al 'affaire Begoña Gómez', que obviamente está horadando en Europa, bastante más de lo previsible, el prestigio de la familia que habita en La Moncloa.
Debería, pienso modestamente, meditar Pedro Sánchez en lo que va del tono empleado por The Economist en noviembre del año pasado -cuando era investido tras las elecciones del 23 de julio, que perdió, pero ganó, negociando con otros grupos- y ahora. Entonces, el titular era más descomprometido: "el primer ministro español asegura su puesto de trabajo con un coste alto". Ahora es peor: ahora habla del "creciente cinismo público sobre la democracia española". Qué duda cabe de que ese precio pagado por mantenerse en el poder, como ya anticipaba hace un año la publicación británica, ha sido muy alto, sobre todo en términos de imagen personal, que es algo que, en el fondo, repercute sobre todos los españoles en cuanto que Sánchez les/nos representa por esos mundos de Dios.
Y, claro, acusar al jefe del Gobierno de España de entregarse a los separatistas no es nuevo; pero los ecos de 'The Economist' cayeron como una bomba en La Moncloa precisamente este jueves, el día en el que un acuerdo con Bildu, amplificado con escándalo por medios de la oposición, modificó la 'ley mordaza' e hizo más leves las penas por enfrentarse a la policía, algo que ya se contempla, por lo demás, en la ley de amnistía, ante la que 'The Economist' enarca, y enarcaba hace un año, las cejas.
Supongo que el ejército de asesores monclovitas seguirá muy atentamente no solo 'The Economist', que hoy es una publicación buscada por todos, sino otras muchas publicaciones extranjeras que se ocupan, no precisamente para bien, de España. Desde la súbita reaparición de unas fotos sobre las relaciones de Juan Carlos I con la actriz Bárbara Rey -algún medio sugiere, sin más pruebas, que se ha recreado para 'tapar' lo de Begoña Gómez- hasta la eterna crisis de los cayucos, pasando por algunas 'peculiaridades' de la política exterior española. No, no estamos como en los viejos (y malos) tiempos de Fraga con 'Le Monde', pero quizá vaya llegando el momento de pensar que quizá deberíamos sacudirnos partidismos y banderías y hablar, y escribir, mucho más en serio sobre nuestras cuitas, duelos, quebrantos y también sobre las alegrías, faltaría más. Que no tengan que venir los de The Economist a pretender informarnos, y encima mirándonos como por encima del hombro.