La vida, si se aprovecha al máximo, da para mucho que contar en cuanto se presente la ocasión para ello. Y si se hace con estilo y porte, el que otorga el haber estado muchos años vinculado al mundo de la música y la sastrería, todo suma. Actualmente, ambas facetas confieren a Vicente Caballo de Galdo un perfil de hombre curtido en mil batallas y con un baúl lleno de bonitos recuerdos. Nació en la capital el 30 de marzo de 1928 y se casó con Marcelina, unión de la que nacieron tres hijos: Carlos -ya fallecido-, Cristina y María, que le han dejado un bonito legado de seis nietos -dos por cada uno de sus vástagos- y tres bisnietos.
Ingresó en la residencia Puente de Hierro el 5 de marzo de 2019 y, a día de hoy -bastón en ristre y con una agilidad impropia para alguien que se acerca a las diez décadas de vida- posa para las fotografías del reportaje con una reluciente americana azul que le cae como un guante y, ante todo, con mucha elegancia. Tira de memoria y, pese a su dificultad auditiva, ensambla retazos vitales que, ya desde niño y hasta muy pocos años, le permitieron combinar su profesión principal de sastre con la pasión por la música, las salas de fiestas, el baile y los escenarios en los que, como percusionista y batería, lució sus habilidades en tres grupos distintos: Coimbra, Turia y Kike y Los Brumas.
A ello contribuyó el hecho de que sus padres regentaran la sala de fiestas La Perla, en la calle López de Vega n° 20, y que Vicente vivía con ellos en la parte de arriba al tratarse de un edificio construido por su progenitor cuando ejerció de albañil y maestro de obra. «Mi gustó por la música nació allí y en 1945 llegué a tocar la batería en el local con los hermanos Calleja. Después, mi familia también tuvo la sala El Rojo, en 1952, en la calle Juan de Castilla. La vinculación siguió más adelante al regentar El Ritmo, en la calle Antonio Maura, espacio que tiempo después ocupó la sala de fiestas Monterrey, regentada por el marido de mi hermana, que también fue propietario de la discoteca Eros, que mantuvo el mismo nombre durante muchos años en el barrio del Cristo», relata.
"Trabajé de sastre para Olmedo y Lobato con 7 empleadas" - Foto: Óscar NavarroEn ese entorno de música y mucho baile, Vicente Caballo decidió llevar a cabo una corta aventura empresarial junto a su socio Carlos Domingo, con el que puso en marcha la sala de fiestas Bolonia, situada en la actual plaza de Pío XII y antes Ponce de León. «Aquí, en los tres años que mantuvimos abierto el local, también toqué en ocasiones la batería», recuerda con nostalgia.
TRES GRUPOS DE MÚSICA. Su gusto temprano por la percusión le llevó desde muy joven, junto a unos amigos, a poner en marcha y formar parte en primera instancia del grupo Coimbra. Ya, en el segundo conjunto, Turia, se sumó su hermano Ángel -músico, pianista y director un tiempo de la banda de Música de Durango (Vizcaya)- al frente de los teclados. «Al principio empezamos a reunirnos y yo a dar golpes a la batería. Ensayábamos unas dos horas a diario siempre que nos era posible y después de trabajar en un local de la calle Rizarzuela. Empezamos medio en broma pero todo acabó con una orquesta buena, Los Brumas, en la que luego entró el cantante, y pasó a llamarse Kike y Los Brumas. Recuerdo que tocamos en muchas ocasiones en la sala Baranda de Baltanás. Actuamos sobre todo en las salas de fiestas La Perla y el Rojo, de la capital, pero también acudimos a fiestas de los pueblos como Aguilar de Campoo y Cervera y, en alguna ocasión, nos llamaron para tocar en Valladolid y Burgos. Era sacrificado estar muchos fines de semana fuera y viajar, pero, a la vez, resultaba muy divertido. De hecho, en una ocasión tuvimos la oportunidad de actuar con Karina, que ya era muy famosa», desgrana.
Cuando regentó la sala de baile Bolonia, en un pequeño período de tres años en el que ejerció como empresario hostelero, no respondió a esa teoría de que en esa profesión se trasnocha mucho. «Yo dormía lo normal, no se cerraba tarde el local y el ambiente era tranquilo. Solo hubo una ocasión en la que nos quedamos hasta las cinco de la mañana comiendo melón», asegura con cierta sorna.
A los 12 años ganó junto con una prima (Milagros) un concurso de baile infantil en la plaza de toros de la plaza de Abilio Calderón. Y de ahí, su pasión por darlo no solo en la batería si no también en las pistas de las salas de fiestas. «Yo era muy bailón y pasaba horas danzando desde los 14 años y de los estilos que practicaba me quedo con el tango. Aunque no fuera bailando, en La Perla, la sala de mi familia, conocí a mi mujer, Marcelina. Nos gustamos e hicimos novios. Con mi señora también bailé muchos tangos y, además de ama de casa, se dedicó a ayudarme mucho en el taller de sastrería», señala.
CORTE Y CONFECCIÓN. La música no daba para muchas alegrías económicas como para hacer de ella su profesión -salvo la satisfacción de tocar con soltura la batería y actuar con sus amigos- y el oficio que ocupó y preocupó a Vicente hasta que se jubiló- fue el de sastre. Para ello, contó con un negocio que llevaba su nombre en la avenida de Casado del Alisal, después de haber frecuentado antes de joven talleres de este tipo, en los que «casi siempre trabajaban chicas guapas», explica, al tiempo que esboza una amplia sonrisa de picardía.
"Trabajé de sastre para Olmedo y Lobato con 7 empleadas"Estuvo durante tres años en una escuela profesional de corte y confección de Barcelona sacando el título de sastre cortador antes de montar su taller. «Allí llegué a tener siete empleadas y cosíamos para almacenes Olmedo, que contaba con varias sucursales repartidas por todo el país, y en Palencia para confecciones Lobato, además de contar con una amplia clientela en otras provincias cercanas. Llegamos a alcanzar cierto renombre con nuestro diseños y luego llegó la época en la que las mujeres querían trajes de chaqueta y empezamos a confeccionarlos para ellas, además de continuar con los que ya hacíamos para caballero», expone con detalle.
FÚTBOL, TOROS Y SEMANA SANTA. Como todo tiene su época a la música, el baile y el tocar la batería y algún que otro instrumento de percusión -pasiones que llenaron parte de la vida de Vicente- se sumaron otras aficiones que ocuparon también su tiempo de ocio al margen del trabajo. Una de ellas, junto a su mujer Marcelina, fue la del fútbol, siendo seguidores ambos del Palencia CF. «Acudimos a ver muchos partidos en la antigua Balastera y también nos desplazamos fuera para seguir al equipo en sitios cercanos como Valladolid o Burgos. Fueron pocos años pero los disfrutamos bastante», arguye.
Lo anecdótico, más en alguien que ya se aproxima al centenario de vida, vino de la mano de la tauromaquia. El edificio en el que residía Vicente con su mujer e hijos estaba situado en la avenida Casado del Alisal y tenía una vistas privilegiadas al antiguo coso taurino -situado junto a la plaza de los Juzgados y derribo a mediados de los años 70, en lo que hoy son viviendas del edificio Bigar.
«Nuestros conocidos lo llamaban el tendido del sastre porque desde el sexto piso en el que vivíamos se divisaba toda la plaza entera y los corrales. Se veían las corridas perfectamente y entonces me gustaban muchos los toros. De esa época especialmente Manolete como el más destacado de todos ellos. También vi torear a Luis Gómez, apodado El estudiante, junto a Juan Mari Pérez Tabernero, y más adelante a Francisco Ribera Paquirri. Pasaron muchos maestros en distintas ferias de San Antolín y, en una ocasión, se me presentaron unos curas en casa, ya que habían oído hablar de las vistas a la plaza de toros desde el tendido del sastre. Acogíamos a quien nos pedía venir a casa y teníamos cuatro ventanas grandes . Desde allí se contemplaba el tejado de la plaza y el ruedo de maravilla», narra, a la vez que sitúa su mano sobre una cabeza que, en ocasiones, ya no alberga la memoria que hasta hace no tanto mantenía sin apenas lagunas.
Este sastre muy conocido en la ciudad sumó durante décadas a su habilidad con la aguja, el hijo, el metro y los patrones para confeccionar trajes otras aficiones complementarias como la música el fútbol y los toros y, desde niño, también la de cofrade. «Mi padre estuvo en la Cofradía de la Vera Cruz y yo seguí sus pasos. Desfilé en Semana Santa mucho tiempo hasta que me jubilé y llegué a ser hermano mayor. Como sastre hice mi aportación y confeccioné la primera túnica de la lágrima de San Pedro para la cofradía», apunta satisfecho.
Muy querido en la residencia de Puente de Hierro donde vive ahora, a Vicente Caballo le brillan los ojos cuando su nieto José Manuel -que le refrescó la memoria durante el reportaje cuando fue preciso- explica que es compositor de música y ha hecho de ello su profesión. A buen seguro, las vivencias que le fueron transmitidas por su abuelo han influido en ello. La saga musical continúa.