Lleva varios años consecutivos siendo el equipo cuyos partidos registran el menor tiempo de juego real: el pasado curso, 52 minutos y 12 segundos de media por encuentro (apenas un 51,6 por ciento del tiempo). También el que más faltas comete de la Liga: la pasada campaña, 648 (17 por partido), 44 más que la Real Sociedad o 72 más que el Cádiz, tercero. Y el que más cartulinas ve: el pasado curso, 131 amarillas (23 más que el Sevilla, segundo) y 10 rojas (dos más que el Villarreal). Y, aún con todo, el «esto es fútbol, papá» de José Bordalás se ha convertido en un canto a la resistencia, algo casi poético para los amantes del fútbol defensivo.
Todas las estadísticas anteriormente nombradas deben convertir cualquier partido del 'Geta' en algo objetivamente difícil de ver… y de enfrentar. Bordalás ha tenido 'enganchadas' con varios técnicos e incluso árbitros por el estilo que ha sembrado en el césped del Coliseum. Un enamorado del 'otro fútbol' con un claro objetivo táctico en mente: cuanto menos se juegue, menos ocasiones de peligro le harán.
De momento, en cuatro jornadas (le falta un partido aplazado ante el Betis) lo ha bordado. Tiene el quinto equipo más joven del campeonato, con una media de 26,1 años (el Barça, con 24,1, y la Real Sociedad y el Valencia, con 25, lideran el ranking). Y ha construido una defensa granítica con pocos mimbres, hasta el punto de que solo ha recibido once disparos… y cuatro de ellos han ido a puerta (un gol encajado). Según datos de 'Opta', nadie ha conseguido una cifra así en las últimas 21 temporadas -desde que la empresa de estadística recoge cifras de nuestra Liga-.
El 'uno' que figura en su casillero de goles en contra es el guarismo más bajo de nuestra Liga. Sólo el Liverpool en la Premier, los imbatidos Heidenheim y Dortmund en la Bundesliga (aunque sólo se han disputado dos jornadas) y la Juventus en Italia lo tienen a 'cero'… y solo el Dortmund ha concedido menos disparos a sus rivales.
El ideólogo
Bordalás, marcado a fuego por muchos años de fútbol regional en Valencia hasta aterrizar en Alcorcón (Segunda) en 2012 y triunfar con el Alavés (campeón de la misma categoría en 2016), logra su sello de identidad en Getafe, sustituyendo a Esnáider en la octava jornada de la 16/17, finalizando tercero y arrasando en el 'play off' de ascenso a Primera.
Y en la élite, su juego sorprendió a todos por excesivo e intenso. En la 17/18, fue octavo, el tercer equipo con menos goles encajados (33) tras los 22 del Atlético y los 29 del campeón Barça, con 135 tarjetas provocadas y una nómina de futbolistas (Damián Suárez, Djené, Arambarri, más adelante Foulquier, Maksimovic o Nyom) que se convirtieron en la pesadilla de muchos atacantes por su irrefrenable energía, muchas veces traducida en una forma feroz y brusca de afear los partidos… y gobernarlos desde un ritmo cansino donde controlaban perfectamente qué sucedía en cada momento.
Tras probar en el Valencia (sin suerte) en la 21/22, regresó al cuadro madrileño en las últimas siete jornadas de la 22/23 para salvar al equipo y reclamar su sitio en los cielos de la ciudad: mientras el resto de seguidores profesan una relación 'difícil' con el Getafe, los aficionados del club 'azulón' adoran al hombre del 4-4-2 brusco y feroz, el que presiona e interrumpe si se ve superado, el que ataca el espacio con vehemencia y puede convertir los partidos en una insufrible visita al dentista para cualquier rival. «El árbitro ha dicho 'estoy hasta los huevos' de aguantar a este equipo», denunciaba Bordalás el pasado mes de mayo. Un resumen no muy ético de una forma de ver y vivir el juego que, a pesar de todo, funciona.