Una revancha dolorosa

Diego Izco (SPC)
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Dembélé anotó dos goles y forzó un penalti durante la eliminatoria de cuartos contra el Barcelona. - Foto: Alberto Estévez

«Estoy decepcionado con Ousmane». No son palabras de un aficionado el pasado martes en otra noche europea negra para el Barça, son de Xavi Hernández el 2 de agosto del año pasado. «Ha venido con una oferta de París que no podemos igualar y dice que se quiere ir». El técnico había trabajado mucho para reconducir la situación del 'Mosquito', pero se dio de bruces con la rebelión del muchacho: un día después trascendía una charla de Dembélé con un compañero del Barça. «Aquí hay gente siempre echándome mierda», «¿Debo esperar a que me corten la cabeza?» o «De mí no se ríe nadie» fueron, al parecer, algunas de las frases del jugador francés. La situación era extraña, porque su renovación parecía encarrilada… pero en cualquier presunto fichaje de campanillas azulgrana, él siempre aparecía como moneda de cambio. Todo esto, unido a que deslizó en más de una ocasión que no se sentía protegido por el club ante las muchas críticas recibidas en seis temporadas. Y el 12 de agosto se consumó su salida. 

Todo esto, por darle contexto a las palabras «revancha» o «venganza» que poblaron periódicos y tertulias tras el 1-4 del Barça-PSG, donde Dembélé volvió a marcar como hizo en París, provocó un penalti, sonrió ampliamente, fue  protagonista central de un festejo de su equipo sobre el césped y recibió el 'MVP' de la vuelta de cuartos. Los pitos que acompañaron su concurso durante todo el partido tenían raíces en la afición azulgrana, más allá de la celebración eufórica y rabiosa del gol de la ida.

El joven Ousmane, captado con solo 13 años por la cantera de Rennes y traspasado al Dortmund en verano de 2016 por 35 millones (cuando solo tenía 18 años), fue consecuencia directa del 'verano de la locura'. Apenas había marcado 10 goles en 50 partidos con los 'borussers', pero el Barça, asfixiado por la salida de Neymar, gastó 135 millones en un proyecto, negando cualquier contacto con la lógica, esa que dice que a partir de cierta cantidad (pongamos 'equis') hay que contratar realidades y no castillos en el aire. Salió mal. 

Roto

 El galo puso poco de su parte para trascender como futbolista o justificar semejante inversión. Malos horarios, mala alimentación, malas compañías. El entorno proteccionista de Dortmund había desaparecido. Ahora era una estrella y quiso vivir como tal a pesar de la protección paternalista de Valverde, Messi, Suárez y demás compañeros que intentaron moldear a la figura que venía, pero que se rompía constantemente. Muchos lo dieron por imposible.

En su primer año apenas pudo jugar 23 partidos, 42 la siguiente, solo nueve en la 19/20… Su paso por Barcelona se recuerda más por las ausencias que por los éxitos. Fueron 15 sus lesiones (13 de ellas musculares) de azulgrana. En seis campañas completas apenas jugó 185 choques de los 304 disputados por su equipo: se perdió 119 y estuvo de baja médica 784 días, o sea, dos años y casi dos meses. Una barbaridad para un futbolista que percibía un sueldo aproximado de 15 millones por curso. 

El aficionado medio blaugrana puede entender que Dembélé (que había marcado un tanto en 33 partidos antes de jugar contra su exequipo) debía haber mostrado agradecimiento por todas esas circunstancias, pero la 'bala de Vernon' nunca entendió de sentimientos. Un jugador frío, despistado y anárquico (al que Luis Enrique ha otorgado libertad para generar caos), un verso suelto que castigó su pasado sin distinguir «una revancha histórica» de «un día más en la oficina». A veces, alguna 'ley del ex' es más dolorosa que otras.