Acudo hoy de nuevo a lo más cercano para poner en valor uno de esos acontecimientos que contribuyen de forma decisiva a formar la conciencia colectiva de los pueblos. Lo más cercano, obviamente, es el mío, Saldaña, que hace ya unos cuantos años experimentó una especie de reencarnación, o de segunda vida, con ocasión del descubrimiento de la ya famosa Villa Romana de 'La Olmeda'. Hoy es un activo del patrimonio histórico y artístico de incalculable interés arqueológico, además de un conocido atractivo turístico de primer orden.
Pues el caso es que este antecedente histórico ha impregnado el sentimiento colectivo de tal forma que cada año por estas fechas se celebra con todo esplendor un mercado romano, espléndidamente ambientado, convertido ya en costumbre con pleno arraigo popular, pues son ya veinte las ediciones que se han organizado. Y, junto a él, el otro asunto a destacar, que es al que hoy quiero referirme. Hace también 19 años, el Ayuntamiento de la localidad decidió instituir un premio cultural, que lleva el nombre del añorado descubridor e impulsor de la Villa Romana, Javier Cortes, y el propio sobrenombre de La Olmeda. Con él se reconoce a personas, colectivos, asociaciones o entidades, principalmente del ámbito local, que, por algún motivo, han aportado su actividad, su esfuerzo, o su compromiso para el interés común y en beneficio general.
No he podido evitar referirme al grupo de personas que este año lo recibe conjuntamente. Hace ya muchos años, una comunidad de religiosas alemanas, Franciscanas de Dillingen del Danubio, se asentaron en Saldaña, al igual que lo hizo otra comunidad de religiosos combonianos, también alemanes, con quienes yo mismo estudié el bachiller elemental. Buscaban vocaciones con destino misionero, fundaron colegios y desarrollaron una impagable actividad educativa que muchos niños y jóvenes de entonces, chicos y chicas, seguimos agradeciendo. Pasó el tiempo, cambió el contexto social y cultural, y aquellos proyectos religiosos y educativos fueron perdiendo espacio hasta desaparecer. Pero un grupo reducido de muchachas del entorno decidió unir su vida y su futuro al compromiso de un servicio permanente a las necesidades colectivas. Y allí siguen, merecedoras del homenaje que se les tributa con este premio, al que me sumo gustoso, reconociendo su ejemplo de generosidad sin límites.