Sus orígenes le marcaron el pulso vital y el camino profesional a raíz de que sus abuelos maternos llegaran hace muchos años desde Torquemada a la capital para cuidar la finca de la condesa de Castifalea, junto a La Lanera. Luego, su madre, Ascensión, ejerció como hortelana al igual que lo habían hecho sus padres y se casó con José Luis, cuya familia estaba ligada a los ultramarinos a través de coloniales Roma. Así, entre la agricultura y los alimentos transcurrió la infancia y buena parte de la existencia de Miguel García Rojo, que llegó al mundo en la capital el 8 de octubre de 1959.
«Soy el mayor de cuatro hermanos, con una chica y dos chicos más. Cuando reflexiono y me pregunto por qué he llegado a un sitio determinado, resulta claro que mi vida profesional ha estado siempre repartida entre temas de alimentación y la agricultura, a excepción de mi última etapa.Los mejores recuerdos proceden de la huerta que teníamos en la carretera de León, sobre todo en la época de la recolección de los guisantes, alubias o tomates, pues ayudaba de pequeñajo a mi abuela y a mis tíos. Ellos se levantaban a las cinco de la mañana y acudían con un macho burreño la plaza de Abastos para poder vender lo que cultivaban. Allí enganchaban al animal y mi abuela se sentaba en una silla de madera. En cuanto a los ultramarinos, a mí no me gustaban y empezaron a llegar las grandes superficies. En mi barrio, el Ave María, de las cinco tiendas que había desaparecieron todas cuando llegó Simago. Mi familia paterna dejó varias de las que tenía en la ciudad y montó un restaurante», apunta.
Ya con 18 años, y tras terminar Bachillerato y COU en el Instituto Jorge Manrique, sus padres no tenían recursos para que pudiera acceder a la Universidad y le surgió un trabajo de administrativo en lo que hoy es Asaja. Había muerto Franco y pudieron celebrarse las primeras elecciones de las cámaras agrarias. «Las ganó Asaja y yo conocía de toda la vida al que fue el primer presidente, Félix Díaz Zarzosa, que me dijo que necesitaba a alguien de inmediato. De la oficina y las tareas administrativas, al irse incorporando más gente, en dos años pasé a la gerencia. Mi papel fue el de implicarme mucho con los agricultores y, a día de hoy, todavía nos seguimos saludando para recordar viejos tiempos y creo que realizamos un buen trabajo para el sector. En la organización peleé y luché como uno más en la defensa de los profesionales del campo prácticamente toda la semana, con muchos sábados y domingos en los años 80 acudiendo a visitar a muchos de ellos. Entonces apenas había fotocopiadoras y ordenadores y necesitaban apoyo en muchos trámites», asevera.
COOPERATIVA DEL CERRATO. Y como lo suyo era el mundo agrario, con 33 años Miguel García asumió un nuevo reto profesional, en Baltanás, como gerente de la cooperativa ganadera del Cerrato en 1992. «Entonces la presidía Julián Anaya y estaba pasando por un cambio de organización. Lo que se hizo fue modificar un poco el tema de la producción de queso al ser artesanal y manual, pasando a ser industrial para adaptarla a los nuevos tiempos sin perder la calidad. Se empezó a elaborar queso curado en Baltanás con una nueva estrategia tanto comercial como productiva, un director técnico nuevo y la apertura de una fábrica en Villalón de requesón y queso fresco. Existía mucha competencia con empresas muy grandes y era difícil comercializar esta variedad, por lo que no tuvimos mucho éxito», señala.
"No debí poner al trabajo por encima de la familia" - Foto: Óscar NavarroSin dejar el sector, en 2003 decidió asumir un nuevo reto y se fue a vivir otra aventura profesional a León, primero en la fábrica de queso Industrias Roffe y, luego, en la empresa de distribución de productos agrícolas De la Riva. Mientras trabajaba fuera, su mujer, Manoli, natural de Villamartín -donde la familia ha vivido siempre- montó una empresa de restauración de muebles y de antigüedades, que se llamó La Panera de los Sueños y, en 2006 falleció con 40 años, decidiendo Miguel iniciar un nuevo período laboral, esta vez con un negocio por cuenta propia.
«Mis hijos eran todavía pequeños y regresé a Palencia, en la que decidí abrir Fabri Asesores, una consultoría de empresas en la que nos dedicarnos a temas de protección de datos, calidad con certificaciones ISO o clasificación empresarial. De esta etapa lo que agradezco mucho es la cantidad de gente que me ayudó. Una empresa es muy difícil de crear partiendo de cero y que funcione. Al menos bajo mi criterio, es preciso sentir ese calor de la gente. Hace tiempo, al acabar la carrera de Arquitectura, mi hijo mayor Mario se incorporó al negocio -aunque sigue colaborado con empresas de construcción por su profesión- y ahora ha pasado a ser administrador de la sociedad. Mi hijo pequeño, Miguel, estudió FP y trabaja en Industrias Matriceras Palentinas (Inmapa). Espero que algún día pueda estar en la asesoría», indica.
Viudo desde joven, le tocó asumir un rol de responsabilidad familiar que, en otras épocas de plena dedicación laboral, no pudo desarrollar como le hubiera gustado. «Sobre todo siempre les digo que sean buena gente y estoy muy orgulloso de los dos porque ambos son muy trabajadores y más listos que yo. El único cargo de conciencia que tengo en mi vida en es no haberles cuidado más a ellos y mi mujer con una mayor dedicación a la familia. Con el paso del tiempo te das cuenta de que no merece la pena bajo ningún concepto estar volcado tanto en el trabajo. He dedicado la mayor parte de mi época laboral a que las empresas estuvieran por encima de mi vida personal y empecé a percibirlo, por desgracia, cuando me quedé solo sin mi mujer. He estado sin ir a comer a mi casa durante años después de salir a las 8 de la mañana y llegar a las 9 de la noche, sin poder ver crecer a mis hijos. Y he tenido la suerte de que son buena gente, pero si no se hubiera dado esa circunstancia favorable uno de los responsables hubiera sido yo al no brindarles el tiempo que se merecen», lamenta.
PASIÓN GASTRONÓMICA. Otra de las facetas por las que es conocido es su relación con el buen yantar a través de la Asociación de Gourmets de Palencia, que se reúne el segundo jueves de cada mes para cenar en restaurantes de la ciudad, provincia y fuera de ellas. Hace 25 años, en diciembre de 1999, un grupo de personas la constituyeron de la mano de Ángel Felipe Pérez, que vino desde Tarragona como director provincial de Banesto y trajo la idea a Palencia de crear este colectivo.
"No debí poner al trabajo por encima de la familia" «Un grupo de personas le ayudamos a ponerla en marcha y tres años después, ya que su familia estaba en Tarragona, regresó y fui elegido presidente, puesto en el que sigo a día de hoy después de más de 20 años. Empezamos siendo unos 100 socios cuando los restaurantes eran muy grandes. Por diversos motivos, estos establecimientos han ido reduciendo su capacidad y, ahora, hemos bajado la cifra a 40 socios y cuatro más han hecho la solicitud de entrada. Cenamos los segundos jueves de cada mes y no hemos fallado nunca, celebrando una gala anual en marzo, normalmente en el Parador de Cervera. En ella, después de puntuar a los restaurantes, entregamos el premio al que haya obtenido la más alta y dos accésit. Los segundos jueves pecamos, es decir, hacemos lo que más nos gusta, que es ir a comer y probar diferentes restaurantes de Palencia, Valladolid y y León. Pagamos una cuota de 45 euros al mes y se paga una cantidad al lugar al que se acude a cenar», concreta
SEGUNDA ACTIVIDAD. Apenas tres meses después de decidir jubilarse en su negocio por cuenta propia después 47 años en el tajo laboral, a Miguel García le quedan muchas cosas por hacer aunque reconoce que el primer día que acudió al despacho «fu un tanto triste al haber tenido desde los 18 años una vida muy activa». El reposo del guerrero -ya que reconoce que el deporte no es lo suyo - lo reparte en varios frentes. Uno de ellos es de la pesca, en zonas de mar pero sin moverse de la costa. teniendo como principal escenario los puertos marítimos. «Nosotros en familia íbamos mucho Galicia y teníamos una casa alquilada todo el año en el barrio pesquero del pueblo coruñés de Cedeira, hacia el norte de Ferrol. Si contábamos varios fines de semana y verano acudíamos dos o tres meses. Pescaba en los puertos si era posible y especialmente caballas, son montar barco porque me mareo mucho. Ahora, como tenemos casa en Mogro (Cantabria), sigo acudiendo a pescar habitualmente a esa zona», expone.
Y como su vínculo con el medio rural sigue muy vivo, aunque a veces acude a la capital a cenar con la Asociación de Gourmets y a tomar algo con amigos, pasa la mayor parte del tiempo libre en la casa familiar de Villamartín. «Mi actividad se resume en dar muy pocos paseos, muy pocos, y a cocinar mucho todos los días, que es lo que más me gusta. Al llegar del trabajo y los fines de semana hacía comida y entonces los fogones no se me daban bien y comía cosas mías solo por patriotismo. Cocinar me ha apasionado siempre y veo muchos programas, La actividad física me cansa mucho y, aunque mis hijos me han comprado una elíptica y otro tipo de cosas para hacer ejercicio, lo que que puedo decir es que hacen muy bien de perchero en casa. A lo que sí me dedico ahora es a llevar a cabo una tarea pendiente que creo que en un pueblo es muy importante para un jubilado: empezar a organizar todo aquello que siempre dije que iba a ordenar mañana. Es cierto que hay cosas que llevan como 20 años sin moverse de un sitio y esta faceta en el tiempo libre es a la que más me estoy dedicando», despide con una amplia sonrisa.