Con una asombrosa belleza huesuda y nerviosa, Katharine Hepburn se convirtió en la diosa rebelde del celuloide de mediados del siglo XX. No solo desafió los cánones estéticos de la época vistiendo pantalones al estilo masculino, sino que también impuso un modelo de mujer dura, independiente y contemporánea que acabó enamorando a las féminas del momento.
Hepburn (Hartford, Connecticut, 1907-Fenwick, Connecticut, 2003), del que se cumplen 20 años de su muerte el 29 de junio, sigue siendo venerada por películas como La reina de África, Locuras de verano, De repente el último verano o Amor entre ruinas.
Durante sus 66 años de carrera, la actriz apareció en 44 filmes, ocho largometrajes para televisión y 33 obras de teatro, con piezas de Shakespeare y Shaw, además de musicales de Broadway.
Durante muchos años, tuvo el récord de ser la actriz con más Oscar y nominaciones, hasta que el título se lo arrebató Meryl Streep. Ganó cuatro estatuillas a la mejor actriz por Gloria de un día (1933), Adivina quién viene esta noche (1967), El león en invierno (1968) y En el estanque dorado (1981).
Entorno aristocrático
Originaria de una familia de clase alta de Connecticut, que decía descender de un hijo bastardo del príncipe Juan de Inglaterra, Katharine Hepburn se crió en un ambiente mucho más libre que la mayoría de las niñas de Estados Unidos a principios del siglo XX. Tuvo una infancia feliz rodeada de sus cinco hermanos y de unos padres, uno cirujano y ella sufragista, que le ayudaron a valorar la independencia y a expresar sus opiniones.
Poseía una personalidad fuertemente marcada, tanto que la tachaban de arrogante, cínica y altiva, pero si algo caracterizaba e incluso impulsaba a la diosa -un apelativo usado a menudo para referirse a ella- era precisamente esa falta de interés por esos comentarios.
Siempre calificó su vida de afortunada y feliz, en gran parte gracias a su pasado y a su profesión, rodeada de libertad y de independencia.
Una autosuficiencia que también trasladó al mundo de sus relaciones. De hecho, Hepburn ostenta una de las paradojas amatorias más destacadas de Hollywood al tener uno de los matrimonios más cortos, con su amigo Ludlow Ogden Smith de tan solo 21 días, y dos largos y sonados enamoramientos con John Ford primero y con su admirado Spencer Tracy después.
Pero si hay una imagen única de ella es la de la temperamental y a la vez frágil Rose Sayer en La Reina de África, una historia de amor y aventuras en la que hizo de inolvidable pareja de Humphrey Bogard.
Jamás se arrepintió de nada de lo que había hecho, ni de nadie con el que había estado. Sabía que había vivido una vida plena y en completa satisfacción con ella misma. Así era Katharine Hepburn.