En España, hace diez años, en el 2014, el malestar social que había provocado la crisis económica cuajó en el movimiento de los indignados que con el nombre de Podemos y con Pablo Iglesias a la cabeza defendía un cambio de rumbo política en el país. Dos años después consiguió hacerse con 71 diputados en las elecciones legislativas que se celebraron en 2016.
En Paralelo, Ciudadanos, el partido que lideraba Albert Rivera, conseguía 57 escaños. Uno y otro partido denunciaban el bipartidismo y, en el caso de Podemos, la aspiración a acabar con lo que Iglesias llamaba la "casta". Diez años después, Ciudadanos ha desaparecido incluso en Cataluña, donde llegó a ser la fuerza hegemónica y de Podemos -con solo cinco diputados en el Congreso- quedan las raspas.
Es llamativa la coincidencia de factores que han desembocado en el hundimiento de Podemos y en la desaparición de Ciudadanos. El factor determinante señala al hiper liderazgo de sus conductores. Un rasgo de personalidad transformado en arrogancia que en el caso de Iglesias -que llegó a ser vicepresidente del Gobierno- le llevó a pensar que podría manejar a su antojo a Pedro Sánchez, al que había hecho presidente con la palanca de la moción de censura qua fulminó a Mariano Rajoy.
En el caso de Rivera, el exceso de "hibris" le llevó a obsesionarse con conseguir desplazar al PP en el liderazgo del centro derecha, error de cálculo que le impidió explorar un acuerdo con Pedro Sánchez que habría transformado el panorama político español habiéndonos ahorrado la polarización que nos ha depositado otra vez en la pugna entre las dos Españas. Iglesias, sombra de lo que fue, sobrevive como comentarista político y Rivera se dedica a los negocios.
Hoy, diez años después, Ciudadanos es ceniza y Podemos va camino del olvido que será en el caso de que Irene Montero, cabeza de lista en las elecciones al Parlamento Europeo, no consiga un escaño en Estrasburgo. De todo aquel desconcierto inicial que sacudió a la sociedad española con el objetivo de acabar con la "casta" que se reflejaba en el bipartidismo lo único que consiguieron fue consolidar el sistema de reparto de poder. Un final lampedusiano. Todo cambió para en el fondo seguir todo igual con la salvedad de que Pedro Sánchez- otro profeta- haya hecho suya parte de la hoja de ruta del derrotado Pablo Iglesias. Pero esta pantalla, también pasará.