Queridos lectores, paz y bien. Mediando ya el mes de septiembre, vamos poniéndonos a tono con el curso académico y el pastoral. El Papa Francisco también baja su actividad en la canícula, pero todavía el 7 de agosto, ofreció una preciosa catequesis en la audiencia de los miércoles, siguiendo la serie que él titula El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. Este tema de la esperanza va a ser el eje inspirador para la Iglesia, ya que el Jubileo 2025 gira en torno a ella.
Nos dice Francisco: «El tema de hoy es el Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo». En el Evangelio de Lucas leemos: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, oh María, la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (1,35).
El evangelista Mateo confirma este dato fundamental que concierne a María y al Espíritu Santo, diciendo que María «se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (1,18). La respuesta libre y humilde de María obró el gran milagro. Se trata ahora de ver cómo sigue la historia.
Me viene a la mente lo primero que uno se encuentra cuando cruza la puerta del Salvador o de los novios de nuestra catedral de San Antolín. Si levantamos un poco la vista, una vez entramos en la seo, no podremos evitar entrar en un maravilloso cruce de miradas. Lo que sucedió en Nazaret hace dos mil años entre Gabriel arcángel y María se abre ahora a un tercero, a quien se deje mirar por ambos. María, sonriendo con los ojos bien abiertos, nos invita claramente a que nos abramos al misterio. Muestra la palma de su mano en señal de atención y alabanza, y queda a la espera de nuestra propia respuesta. Con la otra mano sostiene la Palabra, que más que un libro, es su propio Hijo.
El Papa titula su catequesis «concebir y dar a luz». Nada más oportuno. Si somos cristianos tenemos que dar el gran salto: concebir lo inconcebible, realizar lo imposible, imaginar lo inimaginable. Jesús nos llama, no a tener éxito, sino a dar fruto, y que ese fruto dure. Y he aquí el tratamiento para la infertilidad. No amar, no esperar y no creer seca el alma y bloquea el espíritu. Pero eso no se logra por puños. Eso lo hace el Espíritu Santo, de quien Gabriel es el mensajero.
Nos señala el Papa que «el artículo de fe de Constantinopla (381) es el fundamento que permite hablar de María como de la Esposa por excelencia, que es figura de la Iglesia. En efecto Jesús, así como nació por obra del Espíritu Santo de una madre virgen, así hace fecunda a la Iglesia, su Esposa inmaculada, con el soplo vital del mismo Espíritu».
Así ha de ser con nuestra Iglesia de Palencia, que este año se presenta como comunidad en camino: primero acoge la Palabra de Dios, deja que «hable a su corazón» (cf. Os 2, 16) y le «llene las entrañas» (cf. Ez 3, 3), según dos expresiones bíblicas, para luego darla a luz con la vida y la predicación. La segunda operación es estéril sin la primera.
Sigue diciendo Francisco: «También a la Iglesia, frente a tareas superiores a sus fuerzas, le surge espontáneamente la misma pregunta: ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible anunciar a Jesucristo y su salvación a un mundo que parece buscar solo el bienestar? También la respuesta es la misma que entonces: Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo [...]. Sin el Espíritu Santo la Iglesia no puede avanzar, la Iglesia no crece, la Iglesia no puede predicar».
Esto vale también para nosotros, para cada bautizado. Cada uno de nosotros se encuentra a veces, en la vida, en situaciones superiores a sus fuerzas y se pregunta: «¿Cómo puedo afrontar esta situación?». Ayuda, en estos casos, repetirse a uno mismo lo que el ángel dijo a la Virgen: «Nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37).
Ahora que quedan tres meses para el Jubileo, qué mejor preparación que ir a la catedral un día, y recordar cómo los novios entran para casarse, para sellar una alianza de amor. En el caso de los creyentes, para descubrir que su vocación (laical, ministerial, consagrada) es una llamada para la eternidad, y que por eso esa puerta se llama la del Salvador. Ojalá nos resulte algo concebible, que nos hará realmente fecundos: sacar a la luz al Salvador, ayudando a desentrañarlo del corazón de todos.