El padre Nicolás Castellanos Franco, nacido en Mansilla del Páramo (León), renunció en 1991 a su cargo como obispo de Palencia para cruzar hasta el otro lado del océano y dedicar su vida a trabajar por los más necesitados. La Fundación Hombres Nuevos, que creó, está de aniversario, ya que lleva 25 años trabajando para mejorar la calidad de vida de las personas más desfavorecidas de Bolivia. «Habría que fomentar la igualdad y un reparto más justo de la riqueza entre el hemisferio norte y el sur. No me cansaré de repetir que mientras en el norte se disponen de todos los medios necesarios para vivir, en el sur se carece de todo lo necesario», señala el religioso, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en el año 1998, en una entrevista en Ical en la que explica la labor de su entidad que se ha centrado en la construcción de escuelas en zonas marginales para ofrecer todo tipo de servicios.
¿Qué balance hace de estos 25 años?
Han sido años muy interesantes y productivos. Para que se hagan una idea, ahora mismo estamos construyendo la escuela número 121 desde nuestra fundación, algo fundamental en un país en vías de desarrollo. Hay que tener en cuenta que Bolivia no invierte ni en educación, ni en desarrollo social ni en la felicidad de sus ciudadanos.
¿Ha sido un camino fácil?
Todo lo contrario porque era ir a un mundo desconocido y adentrarme en una cultura nueva y muy diferente. Bolivia es el país más pobre de América Latina, solo por detrás de Haití, así que el cambio fue radical. Sin embargo, cuando tienes ideas claras, eres capaz de todo.
¿Cómo recuerda sus primeros años en Bolivia?
Con mucho entusiasmo. Cuando llegamos allí, descubrimos que había más de 1.000.000 de niños sin escolarizar. Reconozco que mi idea, en un primer momento, no era construir escuelas porque eso es tarea del gobierno pero cuando nos topamos con la cruda realidad, decidimos reorientar nuestros esfuerzos y pusimos en marcha el movimiento Ningún niño ni niña boliviana sin escuela. Les enseñamos asignaturas básicas como lengua o matemáticas pero también, les inculcamos valores. Yo siempre les digo que antes de ser un buen profesional hay que ser una buena persona y apostar por las libertades, los derechos o la democracia.
¿Dónde radica el origen del problema?
Habría que fomentar la igualdad y un reparto más justo de la riqueza entre el hemisferio norte y el sur. No me cansaré de repetir que mientras en el norte se disponen de todos los medios necesarios para vivir, en el sur se carece de todo lo necesario aunque les sobran razones para vivir. Está claro que los medios no van ligados a la felicidad. Es más, creo que una persona es feliz en la medida que ayude a otros a ser felices.
¿Los retos de la fundación han cambiado con los años?
Sí, porque hay que partir siempre de las necesidades reales y sentidas de la gente. Ahora mismo, por ejemplo, hemos creado un centro de día para la tercera edad porque detectamos que había muchos mayores que no tenían que llevarse a la boca. Hemos diseñado un centro donde, no solo tengan garantizada una comida diaria sino que además, puedan realizar actividades. También hemos construido ocho internados ya que nos dimos cuenta de que había muchos niños que tenían que desplazarse miles de kilómetros para poder ir a la escuela. Es decir, según van surgiendo los problemas, vamos dando repuesta, siempre en función de nuestras posibilidades.
¿Cuánta gente está trabajando ahora mismo en estos proyectos?
Tenemos una pequeña fraternidad que, a día de hoy, está conformada por una veintena de personas. Son todas bolivianas, empezaron como voluntarios de la fundación y ya son los responsables de los proyectos. Además, tenemos 18 colegios con el personal docente y administrativo que eso conlleva.
¿Y por dónde pasa el futuro de la fundación?
Yo ya tengo 89 años y, aunque hay que ser realista, lo bueno es que hemos conseguido que el proyecto sea ya completamente boliviano. Lo dirigen personas nacidas allí y eso garantiza su supervivencia. Quiero destacar que cuando llegamos al país, había muchos niños que se morían de hambre y lo primero que hicimos fue crear un centro para menores desnutridos. Gracias a eso, se salvaron 5.000 vidas de niñas y niños que, de lo contrario, hubieran muerto de hambre. También hicimos una importante apuesta por la música como herramienta para elevar el autoestima de la población. Empezamos con una orquesta que ha evolucionado hasta convertirse en una escuela de música en un barrio marginal.