Son existencias ocultas. Pero tienen rostro propio, único e irrepetible. Madres dispuestas a dar la vida por los suyos. Mujeres sencillas, pero audaces, que se arriesgan a cruzar el océano con inmensa confianza, en busca de un futuro para sus hijos, persuadidas de que ningún camino es largo para conseguirlo. Son 'mujeres de ébano', como esa madera noble, de color oscuro, casi negro, procedente del África subsahariana, que sirve para elaborar hermosas esculturas y ebanistería. A esas 'mujeres de ébano', quiero dedicar mi gacetilla de hoy, aún a sabiendas de que una columna es apenas una gota de agua en medio del océano; pero mejor esto, que quedarse cruzado de brazos, ante una de las realidades más inhumanas que vivimos, día tras día. El hecho es que, en la última década, la población migrante femenina ha aumentado, en nuestro país, en casi un 500×100. Casi cuatro millones de mujeres migrantes viven en España. Un desafiante reto social que exige, ¡cómo no!, una respuesta urgente. Algo habrá que hacer, digo yo, para embridar esta situación y comportarnos como una sociedad humana y vividera. Las mujeres que llegan a las costas europeas, procedentes del África negra, suelen haber sufrido violencia sexual en sus países de origen. Provienen de sociedades donde la mutilación genital femenina, los matrimonios forzados, la poligamia… y esas otras agresiones, tan frecuentes en el entorno familiar, que quedan impunes, están a la orden del día. De hecho, la violencia hacia ellas o hacia sus hijas, es una de las razones principales por las que la inmensa mayoría decide dejar atrás su tierra, casi siempre embarazadas o con alguno de sus chiquitines en brazos. Visibilizar a estas madres, sería lo primero que tendríamos que hacer. Y luego ofrecerles esa hospitalidad tan necesaria, mediante una «acogida respetuosa y cálida», en feliz expresión de Cristina Manzanedo, para quien «el derecho de los niños a vivir en familia debe prevalecer y, las reagrupaciones familiares, agilizarse lo máximo posible». Importa lo que importa: ayudar a estas madres de manera concreta y eficaz. ¿Y eso cómo se hace? Pues, además de no penalizando a las que llegan, creando herramientas para que salgan adelante y no vean truncada su esperanza. Algo que pasa por el acceso a los derechos sociales básicos y, sobre todo, por crear un clima de confianza mutuo y trabajo que les permita sobrevivir. No existe otro camino. Necesitan independencia económica, como cualquier mujer, algo que sólo es posible a través de la participación social. Mal camino es el de criminalizar a estas 'mujeres de ébano', que llegan a nuestras costas. Ante todo, porque van a seguir viniendo; y, en segundo lugar, porque a quien llega, se le saluda –que es de gentes bien educadas, como nosotros– y luego se intenta, por todos los medios, echar una mano. Tenemos que entender que, sin un trabajo digno y remunerado, es imposible la integración de cualquiera en un nuevo país. No pongamos barreras. Esas mujeres, representan un potencial para España, que deberíamos saber aprovechar.