La soberbia intelectual nos lleva a impulsar actos cuyas consecuencias no medimos bien. Estos errores pueden ser fruto de la complacencia, la simple vagancia, la ignorancia y el vulgar aburrimiento. La experiencia vital alimenta los errores futuros; por eso los que triunfan afirman que aprendieron más de las derrotas que de las victorias, la clave es que el fracaso no impida levantarse.
La crítica a la clase política es el recurso fácil de nuestro siglo. No digo que no se lo tengan ganado a pulso, porque el nivel medio ha decaído peligrosamente, pero no a un ritmo superior a la sociedad a la que representan. Ser político no es fácil, porque esperamos de ellos una perfección imposible y asumimos unas intenciones perversas inteligentes en cada acción. Ya nos gustaría que tuvieran dicho talento para el mal.
La política es un arte. Con frecuencia se adentran en Terra Incógnita y no deberían olvidar que el realismo obliga a acudir al sano pragmatismo. Esta pauta evita los prejuicios y dogmatismos que suelen ser los causantes de males mayores. Casi todas las tragedias humanas empezaron con nobles intenciones.
El respeto al político no puede ser una pose retórica, sino que exige dotarle de un espacio para la prueba y el error. El reverso de esta concesión demanda una defensa decidida de la libertad de expresión para impedir a toda costa el despotismo. Ya advirtieron hace mucho tiempo que el poder corrompe.
Para entender el talento político solo podemos acudir al paso el tiempo para valorar las consecuencias de las decisiones emprendidas. Las intenciones podían haber sido nobles, pero si el resultado es distinto del esperado o los medios aplicados inmorales no deberíamos ser permisivos. Esta prudente actitud permite que muchos políticos puedan retirarse con un respeto inmerecido; véase, Angela Merkel o Barack Obama.
En la actualidad, en Occidente estamos dando prioridad al relato sobre la verdad. El sentimiento se impone sobre la razón y el deseo otorga derechos. Este relativismo salvaje descarta que en la vida exista consecuencias a los actos que emprendemos. Imposibilita una medición sensata del coste/beneficio de emprender una acción. En el fondo, es de un individualismo extremo si somos uno de los elegidos.
La ideología es una búsqueda de respuestas sencillas a problemas complejos, igual que el nacionalismo es una forma elegante de xenofobia. La libertad de expresión protege al político de sí mismo y frena los excesos.