Cuando yo leía, no hace tanto tiempo, aquellos 'tebeos' del pato Donald, uno de mis favoritos entre los personajes creados por Walt Disney para el 'donaldworld', además del avaro tío Gilito, era Narciso Bello, prendado de sí mismo y cuya frase favorita era 'qué guapote soy, mecachis'. Me lo han recordado los elogios, tan pelotas, con perdón, dirigidos al presidente del Gobierno, ese Pedro Sánchez, al que Almodóvar califica, sin más, de "guapo". Y uno de sus diputados (de Sánchez, claro, no de Almodóvar) en la Asamblea de Madrid, un tal Juan José Marcano, ha pasado a la posteridad tan solo por decir que su 'jefe' es un "tío bueno" que, por tal condición, causa la envidia del Partido Popular. Sandez eximia que ni siquiera mereció adecuada respuesta desde la oposición y que yo rescato ahora solo porque me viene a mano.
Me estoy cuestionando si la belleza ha de ser patrimonio de un político para triunfar o si la cosa se queda en ese 'míster handsome', intrascendente calificativo con el que alguna absorta periodista norteamericana definió a Sánchez en un programa de televisión en el que llegaron a equipararle con Supermán. Y, claro, llegados a este punto, me pregunto:
¿Es Pedro Sánchez solo 'guapo', o 'tío bueno', o yo qué sé qué más atributos físicos, o tiene otras cualidades políticas, morales e intelectuales? Y más: ¿estamos los feos condenados a no ejercer nunca en una política que cada vez más vive de las apariencias, y en la que los hombres públicos -políticos, digo- se colocan cintas de colores en las muñecas y se despeinan a lo Johnson, o a lo Puigdemont, o, si usted quiere, a lo Bolaños, o, glub, incluso a lo Alvise, para parecer más juveniles y, por tanto, atractivos?
No me llame frívolo por preguntarme a mí mismo estas cosas. Que nada menos que un laureado cineasta como Pedro Almodóvar, que se ha convertido así en una especie de líder de esos actores y artistas 'de la zeja', tan lisonjeros para el inquilino del poder, se haya lanzado por el camino del peloteo incontrolado, me resulta sintomático. No acabo de entender muy bien esas bromas festivaleras del cineasta, que dice a Sánchez que, ante lo guapo que es, "hay muchas cosas que pedirle y decirle a un hombre de esas características, a nivel político y a nivel físico" (¿?). Si en lugar de el hombre que dirigió y ganó premios con 'La habitación de al lado', esa frase, tan ¿cómo calificarla?, la hubiese pronunciado un político, o un periodista, o usted, o yo, se nos hubiera caído, en nombre de la corrección política, el pelo. Pero ahí está Almodóvar, con la pelambrera enhiesta y con el merecido respeto artístico intacto.
Tampoco piense usted que, con esta columna que hoy se me antoja tan atípica en mí, me evado de los grandes temas que tenemos planteados en este país: cada día tiene su afán. Pero sí me preocupa que Sánchez, aunque la actriz Hathaway le haya dado plantón a la hora de entregarle un premio a cuya fabricación el propio Sánchez no era del todo ajeno, se autosobrevalore (más aún, digo). Que está muy crecido, con su síndrome de Hubris a cuestas, vaya.
Y temo que, como todo, hasta lo que parecía imposible, le sale bien -incluido el voto de Puigdemont a los Presupuestos, ya lo verá usted--, la autoestima de alguien que no tiene quien le diga, como a los laureados en el teatro romano, "recuerda que eres mortal", acabe provocando algún desaguisado político. Hay que evitar que nuestro Narciso Bello nacional termine, como el Narciso de la mitología griega, hijo de un dios y una ninfa, enamorado de su propia imagen, de la que no puede separarse, ahogado en el estanque que lo refleja. O, en los tiempos modernos, estrellándose contra el espejo en el que constantemente se mira, 'pero qué guapote soy, mecachis', mientras se anuda la corbata azul eléctrico; sí, como las que usan Macron o Trudeau, tan anodinas.
Será la envidia que dirán que nos corroe a los feos, pero no acabo de fiarme de quien apenas luce como credencial la característica de 'guapo'. Sánchez, con su cuidadoso maquillaje y peinado, con sus pantalones 'pitillo', con sus trajes azul eléctrico -no son elegantes, pero probablemente sean resultones--, pretende, sin duda, marcar un estilo. Pero la estética es algo más que la vestimenta, que la estatura, que caminar como si levitase. La estética, ya nos lo enseñaron los griegos, tiene un componente moral, que supone utilizar el Olimpo de La Moncloa de una manera sobria, austera, benéfica, lejos de cualquier tentación negociadora, por ejemplo. Y no, de eso no se ocupa el por otro lado, claro que sí, genial Almodóvar. Aunque también es verdad que a ver quién es el guapo que le canta cuatro verdades a míster Handsome, ese supermán inmune a cualquier adversa kriptonita y de quien la diosa Fortuna parece enamorada sin remedio.