Siempre me llamó la atención la costumbre de buscar de inmediato el origen geográfico de los responsables públicos del más alto nivel. En el caso presente, bien comentado ha sido el hecho de que hayan sido nombrados para el nuevo Gobierno un Ministro y una Ministra de la misma procedencia, y no ya de región, provincia o comarca, sino precisamente de ciudad, de Valladolid en concreto, lo que ha hecho más llamativa la designación. Por lo mismo, se han podido realizar todo tipo de análisis comparativos entre territorios y nombramientos. Ya saben: dos de aquí, solo uno de allí, ninguno de allá, más de tal o cual sitio que de tal o cual otro, etc., etc.
Seguramente ocurre que hay una especie de creencia ancestral, muy decimonónica, según la cual la tendencia de un cargo público de relevancia de beneficiar a su lugar de origen, incluso con preferencias de dudosa justificación, o rozando el privilegio o el favoritismo, es inevitable; y por eso conviene tener paisanos allá donde se trajina la inversión pública y se asignan las partidas presupuestarias. También es muy probable que tal convicción vaya unida a otra, que es la que supone que el cargo público se dejará llevar por el comprensible impulso humano de verse socialmente correspondido, con estima y reconocimiento, en el lugar donde habita y al que en algún momento ha de retornar. El afecto social como muestra de agradecimiento puede tener tanta fuerza, según para quién, como el apoyo político y electoral. Y por ahí pueden andar los estímulos del favorecimiento particular.
Pero hago todo este excurso para rechazar de plano lo que parece significar. Los miembros de un Gobierno lo son del Gobierno de una nación, del Gobierno de España, en este caso, sea cual sea su lugar de origen. Y deben tomar sus decisiones con criterios objetivos de necesidad o de prioridad, que resulten claros, transparentes y explicables. Así debe ser; así tiene que ser, y se notaría mucho si no fuera así. La vinculación territorial puede proporcionar mejor conocimiento de una determinada realidad. Nunca puede ser una ventaja, ni menos aún un principio de actuación; tampoco un inconveniente. No debería haber inquietud por tal motivo.