Empieza a ser lastimoso la bronca que se tiene a las redes sociales. Se las culpa de casi todo. Hoy mismo he escuchado en televisión que de la ortorexia tienen mucha culpa las Redes. Es decir, que algunos hagan una manía de llevar la alimentación sana al extremo, llevando al control estricto y exhaustivo de los componentes, y de empezar a llevar dietas peligrosas, es responsabilidad no de esos mismos sujetos sino de X, Facebook e Instagram, y merecen las tres la pena de muerte social. El debate se juega en la historia de la no responsabilidad de los sujetos, quienes, subjetivamente hablando, son siempre responsables de sus actos. Y cuando se les hurta su responsabilidad, se les roba su identidad y su posibilidad de rectificación y mejora. La lista de elementos que históricamente han sido usados como coartada para des-responsabilizar a cada sujeto de sus responsabilidades es muy amplia: la educación recibida, el cerebro, los genes, los medios de comunicación, las malas amistades, la familia, la desigualdad de oportunidades, la herencia recibida, o las costumbres sociales. Pero con ese camino sólo llegamos a robar a cada uno su propia responsabilidad en los desastres de que se queja. Pues ni el cerebro va andando solo por la calle, ni los genes opinan libremente, ni los periódicos son leídos por extraños a uno. Y superar las dificultades económicas o sociales o de desigualdad ha sido siempre santo y seña del esfuerzo ingente de cada quien, sea cual sea su punto de partida, orgullo que no se le debe birlar a nadie, sino compartir con algunos de los mejores reformadores e innovadores sociales, luchadores solitarios e incomprendidos. De modo que ensuciar el buen nombre de las Redes sociales y atribuirles la causa de los desvaríos y desordenes, o creer que en las redes sociales como en la superficie de la ciudad no anidan los descerebrados que tratan de influir y que profieren estupideces a diario, no deja de esconder ese afán de creer que nadie es responsable de sus actos, sino que somos un conjunto de débiles lectores esperando la llegada del buen paternalismo que nos proteja.No ver la gran ventaja de las Redes sociales como algo inédito en la historia, un modo de comunicación directa y sin intermediarios (históricamente interesados en sus intereses subjetivos), es un acierto social (con intereses de sus creadores, ya sé) que nos permite leernos, animarnos, conocernos, mirarnos. Y lo mejor, no son obligatorias.